¿Cuándo me miro al espejo, me amo?
¿Qué es amarse?
Amarse es, Aceptarse.
Pero no podemos aceptar lo que no conocemos, no podemos
aceptarnos sino nos conocemos.
Y ¿qué es conocerse?
¿Saber mi nombre, mi edad, quienes son
mis padres, donde nací, cual es mi color preferido?
¿Pasa el amarme y aceptarme
por aquí? ¿Es que yo soy todo esto que
sé de mí, o soy más que eso?
Necesito un espejo.
Una actitud natural, que todos traemos desde nuestros
primeros años, buscarnos ver en el espejo de mamá, de la abuela, o de las tías.
Queremos vernos, aún no sabemos apreciar lo que es bello o no; nosotros solo
buscamos vernos.
Vernos es reconocernos, identificarnos por nosotros mismos,
- ¡Esa soy yo! No me lo dice nadie, más que yo.
Tal vez es en medio
de mi silencio que me veo, me observo, luego sonrío, y me aplaudo a mí misma,
juego, me acerco y me beso, me gusto, me quiero, exclamó -¡Nena! Y río. No sé
si soy linda o no, pero esa soy yo, ¡Wow! ¡Me vi! Y me vi a través de mis
propios ojos.
Esa actitud natural me sigue acompañando, a medida que
crezco, me sigo buscando para verme.
Necesito verme, con mis propios ojos.
Cada vez que soy mirada por los ojos de otros, me hieren, me
desvirtúan, me quitan, o me agregan
algo, que puede ser mío o no.
Por eso ante las incertezas, ante los
comentarios, las palabras fuertes o las palabras lindas, vuelvo a tener esa
necesidad de verme, para entender si sigo siendo yo, o algo de todo aquello me
quitó parte de mí.
Entonces me miro, y sucede que, aunque trato de recordar
cómo me veía, en el principio de mi descubrimiento de mí, no me veo igual. ¿Qué
sucedió? ¿Es porque crecí, o es que los ojos de los otros me cambiaron mi
imagen?
¿Pueden los demás
cambiar mi imagen del espejo en que me he visto?
Sí, pueden.
Y cuán difícil me resulta impedirlo, y evitar
así que se me esfume la imagen de mí.
Cuando me observo de distintos ángulos, como lo hacía
jugando de pequeña, ya no veo lo mismo.
Ahora es como si, por aquí fuese como
mi madre, por allá como mi padre, desde este otro lado como mi abuela, en el
medio aún no lo defino, es confuso y más allá, creo que no sé quién es, la que
estoy viendo.
Ahora ya no tengo tantas ganas de buscarme y verme, he
perdido la alegría de identificarme.
Me entristezco cuando me veo, no me reconozco, no sé quién
soy; lo tenía tan claro de pequeña, solo
venía ante el espejo y me reía, y era yo; lloraba y era yo; me movía y era yo…
y ahora ¿Quién soy?
Ya no tengo espejo
para verme, no tengo alguien que me devolviese mi propia imagen, sin mentirme;
sin agregarme o quitarme; sin buscarme parecidos; sin gritarme ¡Cuán horrible
soy mirada desde aquí o allá!
¿Por qué necesitamos un espejo para vernos? ¿No puedo
solamente decir, esta soy yo, y nada más? ¿No basta con decirlo, que debo verlo
en aquello que me devuelva una imagen?
Mi problema comenzó
cuando, la imagen que , el espejo me devolvió, fue diferente a la que yo tenía
de mi misma.
No me reconozco, me
duele no reencontrarme, no verme.
Necesito volver a encontrarme, necesito un
espejo verdadero, limpio, sano y amigo.
Tome el espejo de mis padres, para verme, y algo encontré de
mí como decían, pero no era yo.
Tome entonces el de mis parientes, y me sentí feliz de verme
parecida también a algunos de ellos pero no era yo.
Tome el de mis amigas, pero aunque me peinase o maquillara
como ellas, al tiempo me di cuenta que tampoco era yo.
Por más que gesticulara,
y hablará de la misma forma, las siguiera e imitara, no estaba feliz al
buscarme en sus espejos, en la profundidad de los mismos no me encontré, y esto
se llevó mucho tiempo de mi vida, pero lo más cruel fue que me encontré más
dividida; mi imagen se hacía cada vez más pequeñita, ínfima, irreconocible, y
mi alma sufría porque se daba cuenta que me estaba perdiendo, que no estaba
siendo yo, aquella que un día se descubrió al espejo con sus propios ojos.
Mis propios ojos.
Con mis propios ojos me vi, el día que me descubrí en un
espejo.
Pero cuando otros ojos me miraron, mi espejo se enturbió y
dudé de mí.
Deje de confiar en mis ojos y pase a confiar en los ojos de los
otros.
Yo sabía que no había como mis ojos para verme, hasta que
comencé a creer en los ojos de todos los que me miraron.
Perdí mi seguridad, me
sentí poca cosa, ya que no era capaz de descubrir más espacios dentro de mí,
que los que ellos me decían.
Poco a poco fui soltando lo que retuve por tanto
tiempo la Imagen de la niña que se asomó una vez de dentro de mí hacía afuera,
mirándose en un espejo.
Ahora sentía como que los espejos eran todos malos, no eran
confiables, hacían daño, eran crueles.
Ahora ya no quise más mirarme con mis
ojos, tome los de los otros, y perdí lo que sentía por aquella niña de ojos
grandes, me deje de amar, de aceptar y de conocerme.
Cayó una profunda oscuridad dentro de mí, que borro todo lo
que había reservado para amarme.
No me podía amar, ¡qué dolor! ¡No me podía
aceptar! ¡No me podía reconocer!
Y me deje perder, se iba todo dentro de mí cayendo…
Hasta
que, oí una voz, oí unas palabras; parecían palabras conocidas, pues espantaron
mi oscuridad dentro de mí… penetraron con rapidez de un rayo, golpeaban y se
abrían paso, yo sentía que pasaban por mi mente, entraban en mi corazón,
tocaban mis huesos, llegaban hasta mis tuétanos, hasta lo más íntimo de mi ser
y mis ojos volvieron a tener luz, ¡Y me vi!
¡Qué tremendo gozo, qué embriagante
paz!
Y Yo ahí estaba acurrucada, enrollada, pequeñita, pero mis ojos estaban en
medio de mi carita, grandes, abiertos, miraban directamente a algo, cuando
entendí esas palabras, que decían así:
“Mi embrión vieron tus ojos,
Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas, que
fueron luego formadas, sin faltar una de
ellas”*
No hay mejores ojos que los tuyos, Oh Dios,
No hay más hermoso y claro espejo que tu libro, Padre
Eterno.
¿Cuál es el espejo en que me miro?
Mi espejo eres tú, el que
me hizo, perfecta en el vientre de mi madre.
Sólo tus ojos me devuelven mi exacta imagen, preciosa,
única, y especial.
No has hecho otra como yo, y solo eso es causa de
contentarme.
Solo tus ojos me aseguran cuando vivo; me reafirman cuando
hago, y me amparan cuando temo que alguien dañe la Imagen de mi misma, que tu
creaste, allí en el vientre de mi madre.
En ti me veo, porque me hiciste a tu Imagen y Semejanza.
*Salmo 139: 16
Pastora Sara Olguín
Cada vez escribe mejor Pastora..., muy bien. El remate final "en ti me veo, porque me hiciste a tu imagen y semejanza" llega al corazon del lector, anima y deja meditando..., felicitaciones. Dios la siga bendiciendo. Evidentemente, tiene el don de la Escritura.
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